Pecados Nacionales V

No deja de sorprenderme la ingenuidad de tantos hombres y mujeres en edad ya talludita en ciertos asuntos. Me recuerda a los que con 14 o 15 años siguen creyendo fervientemente en los Reyes Magos por mucho que las evidencias demuestren que es bastante improbable que tres viejos -abuelos de Matusalén, como poco- y gordos puedan visitar a millones de niños en una sola noche. Pero eh, que nadie les quite la ilusión.

Tampoco se la hemos de quitar a los que acaban de descubrir que en las discotecas se sirve garrafón, se consumen drogas y los puertas no siempre son amables y educados.
_¡Y se blanquea dinero!
Sí, eso también es una novedad. Qué escándalo.
Pero ciñámonos a la cronología de los hechos para comprender esta nueva algarabía con la que rellenar informativos y vender más periódicos.
Hace una semana, en un garito tirando a bien -no nos engañemos, los hay mucho más elitistas y de renombre- mataron a golpes a un chico de apenas 19 años. La noticia está en quién le provocó la muerte, que ni es la primera ni será, desgraciadamente, la última.
El autor -los autores- fueron los encargados de seguridad, también conocidos como puertas. No sé a qué idiota se le ocurrió que también los llaman gorilas. Un gorila es un tipo grande y pendenciero, por definición, por lo que cualquier tipo con estas características puede ser considerado un gorila. Si van a utilizar un lenguaje callejero para parecer más campechanos y comprometidos, que al menos lo usen correctamente. Pero volvamos al caso.

La movida empezó porque éste chico empujó sin querer queriendo a una chica dentro del sitio. Algo que ocurre cientos de veces en cientos de noches. Anodino. Habitual. Basta con una disculpa y a otra cosa. Se ve que no debió bastar con eso o que la disculpa brilló por su ausencia. El siguiente movimiento de la chica ofendida -a toro pasado no creo que esté satisfecha consigo misma, precisamente- fue avisar a los puertas, a los que conoce por ser novia de uno que trabaja con ellos pero que no estaba esa noche.
Lo más probable es que, tras el choque accidental, los niños quisieran tomárselo a guasa, sin darle trascendencia. Quizá hasta soltaran algún vacile para ver si la chati les reía la gracia. Suele ocurrir con gente sin complejos y de mentalidad cachonda. La tipa no quería seguirles el juego y corrió a chivarse. Sí, las he conocido de esa calaña. Son de esas que van buscando jarana para que el novio de turno se desfogue con el incauto que picó el anzuelo. Se ve que se excitan así, las pobres. Pero hagamos un ejercicio de buenismo y finjamos que no, que todo se debió a una concatenación de catastróficos malentendidos.
Los puertas sacan a los chicos que, lógicamente, consideran desproporcionado el castigo. Protestan. Son las cinco de la mañana y, a dos leuros la copa, es probable que lleven alguna encima, por lo que no están inhibidos ni intimidados. No es una disculpa, ni una atenuante. Pero se ajusta a la realidad.
He conocido a lo largo de mi canallesca vida a muchos puertas. Los hay que son una verdadera institución en la noche madrileña, tipos a los que conoces por su nombre o su apodo y que te conocen. Hombres grandes que intimidan pero que jamás has visto ponerle la mano encima a nadie, ni siquiera cuando se las ven tiesas. Gente profesional que sabe que un golpe de los suyos vale por dos o tres de cualquiera y se andan con cuidado a la hora de repartir. No es el caso de los mindundis estos del Balcón, que se incluyen en el lote de los pardillos que no saben realmente hacer su trabajo, tipos pasados de rosca que basan su existencia en suponer que todo el mundo les debe respeto y obediencia. Los búlgaros de Élite eran famosos por repartir hostias como panes en el cuarto oscuro, y no eran los únicos.
El caso es que no bastó con sacar a los niños a la calle. Había que darles una lección. Imponer su ley, quizá espoleados por la niñata agraviada con un empujón. Con uno se ensañaron, hasta matarlo. Es muy posible que no pretendieran llegar tan lejos. Es probable que no fueran conscientes de lo mucho que se excedieron. Pero aún más probable es que fueran tan pasados de coca que ni siquiera fueran capaces de percibir la realidad tal y como era. No, si hacemos caso a los rumores de testigos que juran que, nada más terminar con el chaval, se reían y se jactaban de la leccioncita que acababan de darle. Mientras, él agonizaba.
Hijos de puta, ya quisiera veros yo riéndoos ahora.

El mal ya estaba hecho. Inexorable, irreversible. Llega la hora de intentar escurrir el bulto, dejar a un lado la valentía con la que muelen a palos a un chaval más pequeño y débil y escudarse en los ya clásicos «yo no he sido» o «fue un accidente«.
_Lo que pasa es que el muerto es un niño pijo.
Que salga a colación la puta lucha de clases en momentos como éste es cuando realmente sale mi vena más misántropa. Joder con la madre del puerta, más le valía haberse quedado calladita.
_Pero es que como es de familia bien se le da más cancha que a todos los demás asesinados por puertas.
Claro. Apenas hubo ruido en el caso Costa Polvoranca. O el del Maremàgnum. Pijísimos ellos, ya te digo.

Pues bien, a tenor de lo ocurrido se sucedió una avalancha de alarmismo impropia de la prensa seria. De repente, salir por Madrid es «un infierno», «una lotería en la que puede pasar cualquier cosa». Hace dos semanas no lo era, pero de repente esto es peor que Bagdad.
Si ya me calienta que intenten manipularme los políticos, no os quiero ni contar cómo me siento cuando a ellos se suman los medios de comunicación.
_Es que hay que dejar bien claro que estamos del lado de la víctima. Y ya de paso, si creamos un poquito de alarma social y alimentamos el morbillo para vender más… oiga, que esto es un negocio y debo ganar dinero.
Debe ser por eso que se llaman «prensa seria». Porque es seria esta avaricia y esta propagación gratuita de alarmismo.
Sin embargo, lo mejor de todo es todo lo que ha ocurrido tras este lamentable suceso.
De repente, así como quien no quiere la cosa, se han dado cuenta de que hay garitos que no cumplen con la normativa, que alojan a más gente -pero mucha más- de la que legalmente deberían. Que los menores campan a sus anchas, especialmente si llevan falda y escote. Que sirven alcohol de baja estofa para no tener que pagar impuestos. Que consienten o como poco aducen ignorancia al hecho de que en su interior se trapichee y se consuman drogas. Que declaran tener menos ingresos de los que realmente tienen para poder escamotear dinero a Hacienda.
_¡Qué horror! – dice el periodista. ¿No sale nunca de fiesta? ¿Jamás ha pisado una discoteca? ¿En qué mundo viven estos que se supone que son los primeros en saber de todo?
_¡Qué horror! – dicen los lectores, aquellos mismos que, en su época, hacían de las suyas para colarse en sitios donde no podían estar y hacer las cosas que papá y mamá no les dejaban hacer en estos mismos sitios o con nombres distintos en los que ocurría exactamente lo mismo. Hipocresía, dicen que se llama a eso.
_Es que en mi época esto no pasaba.
Claro que no. La gente moría como chinches por sobredosis de heroína en plena Movida Madrileña. Pero, desde luego, ningún chaval de catorce se emborrachaba jamás. País.

El Ayuntamiento, siempre a remolque de la situación y pillado por los huevos, se apresta a clausurar no sólo el Balcón -que acumulaba un sinfín de sanciones y órdenes de cierre- sino otros cuatro garitos más. Por si acaso. Y para no dejar dudas de la contundencia con la que a partir de ahora actuarán, son cuatro de los más emblemáticos y de renombre. Con toda seguridad, para meter el miedo en el cuerpo a los demás.

¿Por qué se clausuran ahora sitios que no cumplen las normas? ¿Por qué había que esperar a que muriera «otro más» (porque no es el primero, insisto) para actuar? ¿Por qué cinco de golpe y no diez o treinta?
¿Por qué últimamente cualquiera con músculos y sin cerebro puede ser puerta? ¿Por qué hace cinco o seis años sólo eran una rara excepción entre la profesión? ¿Por qué ahora les pagan la mitad de lo que ganaban cuando la época de La Ruta, tal vez porque entonces sí que eran profesionales?
¿Por qué hay que poner en marcha el ventilador mediático de mierda? ¿Por qué piensan que necesitamos conocer todos los pormenores de la vida de los protagonistas? ¿Por qué son tan cínicos de acusar a los poderes públicos de «pasividad» y «no haber actuado antes» cuando tampoco ellos denunciaban nada en sus páginas sabiendo lo que hay? ¿Lo sabían? ¿Y éstos son los que dicen tener información privilegiada? ¿En serio les pagan un sueldo por intentar vendernos como novedad lo que lleva siendo así toda la vida?
¿Por qué se creen que lo que hay ahora no lo había hace diez, quince o veinte años? ¿El garrafón es el invento del siglo XXI? ¿Un garito a reventar de gente es la nueva moda? ¿No es lo mismo que cuando el incendio de Alcalá 20 en el 83?
¿Y nosotros? ¿Por qué nos tragamos todo esto sin decir nada? ¿Por qué consentimos que intenten vendernos motos que no queremos? ¿Por qué creemos que la «alarma social» es lo único que realmente nos mueve a hacer lo correcto? ¿Tan jodidamente plácidos y acomodaticios estamos?

Álvaro Ussía es una víctima, y como tal le deseamos lo mejor a él allá donde esté y a los suyos. No merecía morir y maldigo a aquellos que le mataron. Pero no nos pasemos de rosca pretendiendo hacer lo correcto.
Porque volveremos a equivocarnos, y a adormecernos. Hasta que una nueva víctima nos dé un nuevo impulso.

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